Llegan diciembre y las fiestas y sin darnos cuenta como que se acelera todo: Los cierres de año lectivo y colaciones de los hijos, reuniones de amigos y colegas de trabajo, culminación y presentaciones de proyectos y presupuestos laborales y hasta de pronto -para los más privilegiados- la organización de las vacaciones en enero o febrero, sumado a las compras de regalos y un montón de actividades más que forman parte de ese empuje social y económico que van de la mano con esta época del año.
¡Qué bueno ver este positivo auge de las compras y el consumo!, en los que -sin duda alguna- el cobro del aguinaldo tiene una incidencia por demás importante. Este oportuno oxígeno a la economía permitirá, por un lado, una sinergia importante entre los comercios/la industria/finanzas y el consumidor final que moverán a la sociedad, pero también es necesario recordar y prever que a este periodo de bonanza seguirán el interminable enero y soporífero febrero, en los que la actividad económica se achata notoriamente.
El aguinaldo como pago extraordinario deviene de una costumbre del pueblo celta denominada “eguinad”, que consistía en un obsequio o regalo que se hacía en las celebraciones de fin de año. Posiblemente de allí se tomó la denominación en Inglaterra, país pionero en la lucha de las reivindicaciones laborales, para establecerlo como un derecho correspondiente -sin excepción posible- a los trabajadores. No obstante, tengamos presente que no todas las personas que trabajan cuentan con este beneficio: Según datos del último censo nacional, se estima que en nuestro país el 63% de los trabajadores son informales, por lo que no gozan de los beneficios de la salud pública en forma integral y tampoco reciben el treceavo salario.
Esto pone en manifiesto una vez más la importancia de crear y sostener a través de políticas públicas los incentivos fiscales y ámbitos propicios para el desarrollo de más empresas privadas, competitivas y sanas, que creen fuentes genuinas de trabajo, permitiendo así a más personas formalizarse laboral y como consecuencia natural también financieramente, evitando entre otros la intermediación costosa de entidades que no son las más aptas para las necesidades de la sociedad.
En este tiempo de fiestas, está muy bien que compartamos y celebremos con parientes y amigos, como también con los colegas del trabajo. Celebremos con todos aquellos que hacen parte de nuestro día a día y junto a quienes, desde el espacio que nos toca ocupar en el tejido de la sociedad paraguaya, aportamos nuestro trabajo, esfuerzo y conocimientos para hacer de esta una sociedad mejor, más humana y más justa.
Al mismo tiempo, sepamos aprovechar esta época tan significativa y en esta Navidad y Año Nuevo, con su cargamento de celebraciones y agasajos, no olvidemos incluir notas de la impronta cristiana -con su mensaje de vida y alentador optimismo tan cercano al sentir de todos los paraguayos- para impregnar con sus matices todos los proyectos que llevemos adelante. ¡Una muy feliz Navidad y un próspero y bendecido Año Nuevo para todos!
Paul Grimm, socio de la ADEC
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